diarioforense

2.6.08

Le llamábamos Marnie



Nunca olvidaré el día que se sentó frente a mi en el despacho. Hacía buen tiempo y el calor adormecía. El abanico le golpeba insisténtemente el pecho mientras en su regazo reposaban los trescientos folios de la querella que le habían presentado. Era muy bajita, no llegaría a un metro y medio, estaba permanentemente acalorada y las piernas, gruesas como toda ella, estaban trufadas de varices a punto de reventar. Le pesaban las décadas de trabajo.
Llevaba más de diez años realizando tareas domésticas en la misma casa, la de unos ricachones del minúsculo pueblo en el que vivía. Su "señora" advirtió que faltaban pequeñas cantidades de los bolsillos de la ropa en los armarios, de las huchas de los niños, de los bolsos, al parecer de todos lados. En lugar de plantear las cosas con sinceridad y prescindir de sus servicios, trufó la casa de microcámaras para acreditar que le habían hurtado. Mis compañeros le llamaban Marnie, y Marnie se quedó.

La instrucción fue procelosa, pesada y exhaustiva. Visionado videos, transcripciones, declaraciones, temblábamos cuando la instructora nos llamaba a ver un video en que se veían las morcillosas manitas de Marnie con un chuchillo de postre cara a una hucha infantil.

El juicio fue largo y tuvo momentos divertidos. Me hice muy pesado con las cuestiones previas pero era nuestra baza, anular algo, lo que fuera, las transcripciones, los visionados, las propias cintas. Aunque fueran los disparatados cálculos de la querellante y su familia. No salí muy tranquilo de allí. Marnie, en cambio, estaba muy tranquila.

La sentencia se dictó un veinticuatro de diciembre y la Sala le hizo a Marnie el mejor de los regalos de Navidad. La consideraban responsable de hurto, porque era claro que había distraido algunas cantidades de la familia en la que trabajaba en tareas domésticas, pero resolvieron que no se podía cuantificar. La duda favorecía a Marnie, como a todos los acusados, y ante la duda se debería presumir que no llegaba a cincuenta mil pesetas, con lo cual pasaba a ser considerada falta, ya prescrita cuando se presentó la querella.
La absuelta Marnie siguió felicitándonos las navidades hasta que dejamos de saber de ella. Alguien de su minúsculo pueblo me contó que su problema se generó cuando le tocó un pequeño pellizco en la lotería, se volcó en el juego en todas sus facetas para repetir éxito, con lo suyo y con lo que pillaba. No era mala persona y su absolución fue un alivio para todos.


3 Comments:

At 7:54 p. m., Anonymous Anónimo said...

Nos has tenido más de dos años para un segundo caso. Espero que te vayas animando, seguro que llevas asuntos muy curiosos. ¡Suerte!

 
At 9:18 p. m., Blogger G.'s Land said...

¡Muchas gracias por la calurosa bienvenida que has dado a los nuevos relatos Manolo! Así cualquiera deja esto abandonado...
En primer lugar gracias por el privilegio que supone estar nombrada en tu blog.
En segundo lugar me ha encantado el que has colgado hoy de "Le llamábamos Marnie": tremendas, preciosas y precisas descripciones. Auténtica poesía.
En tercer lugar: Gracias por permitirme acceder a él y brindarme la posibilidad de leer con tranquilidad todo lo que has escrito y publicado.
Un fuerte abrazo compañero.

 
At 10:11 p. m., Blogger la flaca said...

Imagino a la pobre Marnie levantado cada día las huchas tintineantes para quitar el polvo, pensando "total, por unas monedas". y en el fondo es humano.
Tierno caso Manuel.
Un beso

 

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